Opinión por Carla Leiras | Feliz día mundial del refugiado, desde nuestra fortaleza homicida

Publicado por o día 26/06/2018 na sección de Opinión,Opinión por Carla Leiras

Opinión por Carla Leiras | Feliz día mundial del refugiado, desde nuestra fortaleza homicida

20 de junio, día mundial del refugiado, y España luce orgullosa su último triunfo integrador: el cacareado manejo de la crisis del Aquarius. De la noche a la mañana, con este gesto tan social, fuimos país de referencia en la defensa de los derechos humanos.

Aún cuando sabemos que la realidad es que en la actualidad se les han asegurado 45 días de residencia y se está negociando que una parte de estas personas se irán a Francia, trasvase pactado con el embajador francés; otros serán deportados (“solo recibirán el estatus de refugiados aquellas personas que procedan de países en conflicto, las que no puedan ser devueltas porque sus vidas corren riesgo, las mujeres embarazadas y los menores de edad y sus familias”), y otros encerrados en amables CIES (centros de internamiento de extranjeros), por carecer de documentación, extremo que ya ha sido confirmado por la propia policía. Y esta opereta deluxe, para gestionar una “operación Esperanza” pactada mediante acogimiento LEGAL.

Imaginemos los que llegan de manera irregular: se encuentran con el baile de concertinas de cuchilla y bayonetas gentilmente colocadas por el progresista gobierno de Zapatero. Quienes envidiéis esta travesía, contemplad las imágenes de las heridas que provocan.

https://www.eldiario.es/desalambre/FOTOS-concertinas-retiradasGobierno_12_782641729.html

¿Alguien sigue orgulloso? ¿Marta Sánchez?

Sigamos. Tras el conflicto sirio se publicitó una gran acogida por cupos, llamado Sistema de Acogida e Integración de Solicitantes y Beneficiarios de Protección Internacional, que terminó con la ridícula cifra de menos de 300 personas en Galicia sumando todas las entradas desde el inicio del éxodo.

Para conocer un caso de cerca, podemos remitirnos al ejemplo de las familias de Sarria. Son sirios, y solo un año y medio después de llegar con sus siete hijos y la esperanza del refugio, dentro de un colectivo de 155 desplazados del Líbano, de la mano del programa nacional de reasentamiento, se encontraban clamando caridad por no poder pagar el alquiler y carecer de alimentos. La Xunta tiene un convenio con Cruz Roja, que existe desde el 2016 y no antes; que presuntamente iba a hacerse cargo de su integración y adaptación al país: poco después del primer año han sido, como siempre, los grupos solidarios locales los que han tenido que moverse para solucionar la situación de estas familias, que vieron cómo el programa de acogida caducaba y se encontraban en un país extraño, sin tiempo de aprender el idioma, estabilidad habitacional alguna o visos de encontrar un trabajo, rodeados además de una lacerante xenofobia que dificultó con mucho su integración en el país.

Si pensáis que conseguir un alojamiento a una persona extranjera es sencillo, por española que figure en los papeles o lo sea en realidad, os reto a intentarlo: sin recursos garantistas es inviable, pero también los que los tienen se dan contra el muro de las fobias: es un via crucis extenuante formalizar un contrato de alquiler.

El titular de aquella historia fue: “acogida, integración y autonomía”. Quizás un 30% de la primera palabra es lo que se hizo con ellos. En la miseria: así acabaron los primeros refugiados sirios que llegaron a Galicia, hasta que la gente de a pie les facilitó un pequeño salvavidas en forma de oficio en el textil.

Vamos con el mito de que las prestaciones sociales son más accesibles “si vienes de fuera”: hay que tener en cuenta que la mayor parte de ayudas de adaptación que reciben, son de fondos europeos, es decir, no salen de nuestras arcas nacionales. Las partidas internacionales son por razones humanitarias y temporales, no existe ninguna a largo plazo dirigida a inmigrantes. Al resto de subvenciones podrán optar en un plano de igualdad, a LAS MISMAS que un español, siempre con más trabas, como son en primer lugar lograr su residencia legal, un padrón, etc, y luego empezar su batalla por la nacionalidad. El acceso a las ayudas locales se basa en los mismos baremos que para los nacidos aquí: por criterios de renta y de cargas familiares. Los Mismos. ¿Por qué se ven a menudo inmigrantes en las colas de los servicios sociales de apoyo (ONGs, etc)? (quienes conozcan esas colas sabrán que, cada vez más, están igualmente copadas por vecinos del barrio, gallegos de toda la vida que han sido hundidos por la crisis) porque son una población alegal que vive en riesgo de pobreza constante. ¿Alguien envidia el tener que asistir a recoger alimentos a una entidad? pues es tan fácil como acreditar ingresos cero. Está al alcance de cualquiera que exprese su intención de “tener tanta suerte como ellos”. Percibir ingresos cero, no tener condiciones para pagar ni un recibo, ni una compra.

Para acceder a las gallegas, se debe acreditar residencia legal en España: Sin este requisito, no se puede recibir ninguna municipal ni la renta de integración autonómica. Es decir, sin los papeles en regla estás fuera del sistema y pierdes todos los derechos: a RISGA, al fondo antidesahucios, a ayudas de alquiler, suministros, alimentación… Igualmente, para cobrar la renta mínima (403 euros al mes e incompatible con otra de la misma naturaleza en una unidad familiar) se solicita un mínimo de un año de padrón en ciudad gallega. Es decir, que de primeras, de entrada, hasta que consigas tus papeles y te establezcas, eres ya un ciudadano de segunda, sin contar con las innumerables dificultades para regularizar la situación o traer a un familiar (porque aun estando casados habrá que acreditar literalmente que esa persona es autónoma económicamente y no será una carga para las arcas del estado, si no, se le denegará directamente el asilo).

En cuanto al presunto efecto llamada: “En el mundo hay 60 millones de personas desplazadas por conflictos; el 86% de los refugiados se encuentra en los países más pobres del planeta, es un hecho constatado, y sobre todo en países cercanos a las zonas de conflicto. En el caso de Siria, por ejemplo, Turquía, Libia, Jordania e Irak tienen prácticamente al 95 % de la población siria que ha salido, que son unos cuatro millones”.

Como explica Amnistía Internacional, “el impacto fiscal de la inmigración en España, la diferencia entre las aportaciones que realizan las personas migrantes vía impuestos y cotizaciones a la Seguridad Social y el gasto en servicios públicos, beneficios sociales y pensiones que reciben, arroja un resultado positivo”.

Igualmente, los informes oficiales de Amnistía dejan claro que estas personas hacen un uso mucho menor de los servicios de salud, a los que además aportan mediante su participación en los impuestos indirectos, quienes no han conseguido un trabajo, ya que estos otros ya contribuirían por medio del IRPF. Es decir, con empleo o sin el, están sosteniendo igualmente nuestro sistema público, que usan MENOS que nosotros.

La lectura final de este galimatías de la sombra de la xenofobia, la ultraderecha más reaccionaria y los gestos estéticos de falsa prosperidad para unas personas sentenciadas a la exclusión, es que esta sociedad enferma y manipulada se encarga de reeducarnos en la delirante idea de que los expolios y genocidios que alentamos desde España con nuestra política internacional belicista cómplice y connivente, no tienen ninguna relación con que estas personas indefensas acaben a la deriva, siendo acusados ellos, de venir a a traer lo que les hemos provocado nosotros.

La manida bandera “bienvenidos refugiados”, es una gran mentira, y así será mientras nuestros poderes políticos sigan tratando este conflicto como una guerra de propaganda sin ningún trasfondo real.

La deshumanización a la que se somete al colectivo migrante, reduciéndolo a números, a expedientes, a la cara más feudal de la cosificación, habla de nosotros como sociedad en forma de palabra de tres sílabas: vergüenza. Por cómplices y por abrazar la selectiva ignorancia del homicidio silenciado.

Algunos dicen que al menos, aquí no les tenemos en jaulas como el bestia de Trump: claro que las hay. Pero nuestros barrotes son elegantemente mucho más discretos.

Esto es Europa.