Hablando estos días de campaña electoral municipal sobre la cita del 26 de mayo con las urnas, muchas personas de mi entorno dicen que van a votar sin duda, a Abel Caballero. Que les parece el mejor alcalde que ha tenido esta ciudad, que la ven más moderna, más turística, que ha sabido situar Vigo en el mapa nacional. Que es campechano, trabajador, carismático. Que no se fían de la gestión económica que pueda hacer la oposición, y que él ha conseguido un superávit millonario para las arcas, que revierten en el bienestar de todos los ciudadanos. Que Vigo nunca ha estado tan bonito.
Yo quiero explicar por qué no pienso votar a Abel, al alcalde total, a mi profesor de economía en derecho, a mi padrino de graduación. Porque ha ejercido un gobierno despótico y absolutista. Por sus faltas de respeto en forma de desplantes en el pleno municipal, ausentándose a los pocos minutos de empezar o leyendo periódicos mientras los otros grupos presentan su trabajo.
Porque me causa rechazo el grave uso instrumental de los medios de comunicación, subvencionados y sometidos a un control y fiscalización total por parte de la alcaldía.
Me molesta que teja relación con el movimiento vecinal a golpe de talonario, siendo condenadas, las asociaciones críticas, al ostracismo y al silencio administrativo.
Me enfada que los colectivos que no aplauden su gestión sufran el corte directo de cualquier diálogo, basándose las posibilidades de interlocución, en el abrazo a celebrar sus decisiones.
Me turba que constantemente se cuelgue medallas de trabajos ajenos, con toda la tranquilidad y el desparpajo.
Me fastidia que seamos noticia en todo el país como mero chiste. Me incordia que se presuma de una gestión económica impecable y se nos trate como ignorantes cuando se afirma que el superávit se ha conseguido mediante un mandato brillante en lo financiero, como si no tuviésemos los impuestos por las nubes (agua prohibitiva, el IBI lacerante…), las multas como sistema meramente recaudatorio, etc.
Me cansa que se anuncien años unas obras que, o no existen, o se llevan a cabo el mes antes de las elecciones, para que absolutamente todo tenga un rédito para el gobierno, nada al azar, ningún cabo suelto, ninguna actuación que no esté pensada más allá de perpetuar y cronificar el poder absoluto sin discusión democrática.
Me incomoda que se usen de bandera unos presupuestos que se han publicitado hasta la saciedad como un logro mayúsculo, cuando la realidad es que su ejecución efectiva en cada legislatura ha sido insultantemente exigua, convirtiéndolos en nominales.
Me espanta que se alardee de promover la mejor política social de España, de que nadie se queda atrás, que se afirme que en Vigo no hay desahucios, que quien duerme en la calle es porque quiere: cuando se ha vendido todo el patrimonio que podía atenuar la problemática de vivienda; cuando no reformamos un albergue masificado, insuficiente, cuando seguimos lamentando muertes en la calle o en infraviviendas; cuando tenemos un gasto social por habitante muy por debajo de las ciudades que sí se ocupan de sus vecinos empobrecidos. Cuando se incluye en “política social” el transporte público o las becas de inglés, como si los votantes fuésemos niños pequeños a los que hechizar con filfas de colores. Cuando se juega con los términos y los números.
Cuando la plantilla entera del servicio de Bienestar lleva esperando cuatro años ser escuchadas, tras acudir a inspección de trabajo y al Valedor, por duplicar sus funciones y acabar exhaustas y en baja permanente. Cuando la gestión social de esta ciudad es entendida desde el más rancio concepto de la caridad cristiana: asistencial, paliativa. Sin intervención, sin prevención, sin lucha contra el continuismo de la exclusión.
Me hastía la propaganda de la deuda cero cuando se esconde a qué precio se ha logrado y qué servicios se han ahogado en pos de las arcas llenas, para gastar en lo que menos me preocupa de la ciudad.
Me cabrea el desmantelamiento cultural al que se ha sometido a Vigo, maltratando cada programa que nos hacía destacar.
Me mortifica que se dejen morir los planes de empleo, sentenciando a esta ciudad a aspirar a ser únicamente una gran cafetería, un resort, un hervidero de turismo al que poder servir cócteles por salarios de miseria. Me importa poco una lona feminista colgada en el concello cuando se dejan huérfanas las políticas de igualdad, cuando tenemos una oficina de información a la mujer infradotada, que necesita apoyo, personal, fomento, dinamización, coordinación.
Por eso no voto al Superhombre, que es tan listo, tan trabajador, tan brillante, tan astuto, tan buen comunicador, tan popular. Porque no quiero vivir en una ciudad precaria, sin trabajo, sin cultura, con vecinos excluidos, con tejido social ignorado y amordazado, sin transparencia ni democracia real.
Porque mi voto no va a ir a fuentes, bancos y rotondas, a gentrificación y a propaganda y desinformación. Porque yo quiero un representante humilde, empático, humano, con los pies en la tierra, y no en las moquetas, que gobierne obedeciendo y se esfuerce en representar a más que a sí mismo. No me importa si no va a todas las fiestas, o no prueba todo el pulpo, o no juega al pádel, o si levanta pesas, o sabe ir en patinete, o si entrega en mano las medallas a todos los niños de Vigo.
Quiero un equipo de gobierno completo, no a una sola pieza a la que el resto rinde forzosa pleitesía, unos por conveniencia, otros por supervivencia, otros por miedo.
Quiero premios de limpieza que no se hayan comprado. Quiero Sereos do Casco Vello funcionando, y no cerrado por cuestiones estéticas del que se dice de izquierdas pero tiene enorme fobia al empobrecido y al drogodependiente, y se preocupa de si quedan bonitos en la ciudad. Quiero a la Carmen Avendaño de los años noventa, antes de pasar por la metamorfosis política de la maquinaria del PSOE. Quiero una corporación de personas sin actitudes reaccionarias, clientelares y nepotistas, y que no se denigre cada día el término “socialista obrero”. Quiero al movimiento
vecinal fuerte, sincero y contestatario, con poder real sobre sus gobernantes. Quiero un asociacionismo que colabore y fiscalice a los que mandan.
La gestión orwelliana de Abel Caballero se resume perfectamente en el cartel electoral de este año: un descomunal retrato sonriente, y en una esquina, el minúsculo logo de partido. Un personalismo dirigista sin capacidad de autocrítica o escucha, sujeto sin complementos, que todo lo eclipsa, que todo lo coopta desde la más descarada ingeniería social. Dice que todos los que recelamos de su éxito estamos en contra del progreso, que somos los del No. Pues súmeme usted a ese NO: una negativa rotunda a su modelo de ciudad adocenada, insolidaria y sin Alma.
Veciña de Coia. Coportavoz do foro socioeducativo Os Ninguéns, espazo (inspirado en Galeano) de loita contra a exclusión e a pobreza severa na contorna de Vigo. Formada en tratamento de drogodependencias, mediación educativa, VIH-SIDA, traballo social en centros penitenciarios, orientación laboral e pedagoxía didáctica. Licenciada en dereito económico.
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