CAMINO (a Vigueses Distinguidos)

Opinión por Oscar González

Por Oscar González

Los premios “Vigueses Distinguidos” son los galardones que la Corporación Municipal otorga desde hace treinta años a aquellos ciudadanos y ciudadanas que han sobresalido a lo largo de su vida “por sus virtudes humanas o su hacer profesional”. Entre la lista de agraciados con esta distinción, podemos encontrar médicos, abogados, diplomáticos, músicos, empresarios y un largo etcétera de personas, muchas de ellas anónimas, que han dejado huella de un modo u otro en esta ciudad. También encontraremos un grupo (y no precisamente pequeño) de religiosos.

Personalmente, jamás entregaría un premio civil a una organización religiosa, porque creo que la separación entre iglesia y Estado ha de ser llevada hasta su máxima expresión en virtud de lo que establece la Constitución Española. También creo que la iglesia tiene destacados privilegios en este país, hasta el extremo de convertir esa separación en una cuestión más estética y discursiva que real. Prueba de ello sería la modernísima ceremonia de toma de posesión de los presidentes del Gobierno y ministros, que juran el cargo ante un crucifijo y una Biblia, o el expolio cuatrero al que han sometido al patrimonio cultural español gracias a la facultad para emitir certificaciones de dominio que una ley (derogada en 2015, si no recuerdo mal) del gobierno Aznar otorgó a los obispos. Tengo más razones, pero no quiero extenderme demasiado, así que resumo: apoyo a dictaduras, ocultación de abusos sexuales, denigración de la mujer, evasión fiscal… en fin, la lista de razones es larga como un día sin pan e igual de desagradable.

Pese a todo, entiendo algunos de esos galardones, como el otorgado a Emilio Suárez, de la parroquia del Cristo de la Victoria, que se ha distinguido por su labor social desde hace ya varias décadas. En cambio, tengo más problemas para digerir la propuesta del Partido Popular de Vigo de que los agraciados este año sean los colegios Montecastelo y Las Acacias.

Estos dos centros educativos no ocultan su religiosidad y hacen bandera de algo nocivo para la formación de las personas en igualdad, como es la segregación por sexos a partir de la enseñanza secundaria, supongo que para librar a los virtuosos varones de la tentación de las siempre sibilinas féminas. Sería un motivo más que suficiente para no ser tomados siquiera en consideración, pero hay otro mucho más importante: su vinculación con la secta del Opus Dei.

El Opus Dei es una organización fundamentalista cristiana creada en 1928 por José María Escrivá Albás, que posteriormente se haría llamar José María Escrivá “de Balaguer”, en homenaje, al parecer, a su pueblo natal. También se aseguraría el buen hombre de conseguirse el Marquesado de Peralta, un título nobiliario extinto y que Francisco Franco se encargó de resucitar para “El Beato José María” o “San Jose María”, como se refieren a él los integrantes de La Obra. Huelga decir que la relación que mantuvo con el dictador español fue muy estrecha, llegando a ser nada menos que confesor personal de Franco.

Dentro del Opus Dei, los miembros se dividen en tres clases: numerarios, agregados y supernumerarios, según informa su página web. Los primeros y los segundos asumen celibato, siendo los terceros los únicos que pueden casarse y tener descendencia. Ello los convierte en la principal fuente de sustento de nuevos miembros de la organización y por tanto de importancia crítica. Sin embargo, el punto 28 de “Camino”, la obra de cabecera de los miembros de La Obra, Escrivá de Balaguer afirma que “el matrimonio es para la clase de tropa y no para el estado mayor de Cristo”, una frase que exuda clasismo por cualquier punto que se mire, un clasismo que impregna a todos los miembros de la organización, ya sea de manera consciente o no. Los jóvenes que cursaban BUP en Montecastelo se referían a los que hacían FP como “los fepos” o “los putos fepos”, los que no estaban llamados a formar parte de esa pequeña élite intelectual de los universitarios y por ello eran casi despreciados, pero nadie se alarmaba demasiado por ello. “No soy clasista, soy ordenado”. No lo dijo Escrivá, pero podría.

Del mismo modo, existe un machismo nada sutil en la posición que el Opus Dei otorga a la mujer dentro de las relaciones familiares y sociales. En él juega un papel determinante la educación que se imparte en centros como los que propone el Partido Popular, donde se normalizan las relaciones de sumisión y las niñas van asumiendo el servir a los hombres como una cuestión natural, algo que en su vida adulta hacen con la mayor de las satisfacciones porque han sido programadas para ello. Son felices haciéndolo.

Todo ello por no mencionar las listas de libros y películas prohibidos (La Colmena, por ejemplo) o que “solo pueden leerse con permiso especial” o las mortificaciones corporales a que se someten los del “Estado Mayor” ese del que hablaba el “Beato José María”. Una colección de anomalías y anacronismos que colegios como Las Acacias o Montecastelo perpetúan en el tiempo y a los que el Partido Popular quiere colgar la etiqueta de ser parte distinguida de esta ciudad.

Pues no sé, no me pregunten por qué, pero no lo veo. Seré yo…

Nacido en Vigo hace 36 años. Marxista, melómano y cinéfilo empedernido. Diplomado en lengua inglesa. Trabajo como agente inmobiliario mientras no consigo ganarme la vida como escritor . Activista social y ex miembro del Consejo Ciudadano de Podemos Vigo

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