El estolido empeño de Abel Caballero, el alcalde de Vicus, de implantar unas rampas mecánicas en el centro del boulevar de Gran Vía, y a todo lo largo del vial, conllevará un auténtico festín de motosierras que no dejará ni un solo árbol septuagenario vivo, de los 128 que existen actualmente en el Boulevar.
El problema en este país es que las grandes empresas están siempre demasiado cerca de las decisiones gubernamentales.
Lo vimos recientemente en Vigo con el cierre de cuatro hospitales públicos, modernos y bien situados, para trasladarlo todo a un único y enorme hospital de gestión privada, algo que ni en Dubai se les hubiera ocurrido hacer.
Y ahora, una vez cerrado, se pretende trasformar el Hospital Xeral en la nueva Ciudad de la Justicia, lo que supondrá abandonar su actual sede en Plaza de América, lo que conlleva más contratos públicos para las grandes constructoras.
Por no hablar del pelotazo del proyecto de la Nueva Estación de Tren, que en realidad no será otra cosa que un enorme centro comercial, situado en terrenos ferroviarios y financiado con recursos públicos
Al final de lo que se trata, como en otras muchas obras inútiles, cuando no claramente contraproducentes, que se hacen es de darles contratos/dinero a las grandes constructoras.
Que dichas obras tengan o no utilidad social poco importa. Lo que si importa es saber en que consejo de administración de una gran constructora acabarán los políticos que aprueban esas discutibles intervenciones.
En el caso que nos ocupa la principal beneficiaria neta de la intervención a realizar en Gran Vía será la propia constructora que se lleve la obra de las que se presenten a la licitación.
Y en segundo lugar la concesionaria que se quede con el sustancioso contrato del mantenimiento de esa innecesaria infraestructura, la cual perfectamente podría ser una filial de la propia constructora, lo que generará un gasto fijo anual a la ciudad de Vigo que imposibilitará dedicar esos limitados recursos públicos a fines más interesantes.
Gasto que se dejará de generar el día en que se abandone dicha infraestructura, la cual quedará como un monumento, otro más, al más absurdo derroche de recursos públicos en obras delirantes.
Por José Bar Blanco
(Arquitecto)
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